5 de junio de 2025

Jn 17,20-26. Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.

***

Tú eres el banco que acoge sin prisas nuestras tardes, nuestro sufrimiento. Eres, en fin, esa puerta que permite entrar en el prado verde del retiro donde nos espera, callado, tu rocío por la mañana.

Se cuenta de San Agustín la siguiente anécdota.

Pasó varios días y noches meditando el misterio de la Santísima Trinidad, con la creencia de que podría llegar alguna vez a darse una razón de ella, cuando una mañana, paseando a lo largo de la playa, tropezó con un muchacho que tomaba agua del mar con una concha y la llevaba a un hoyo que había hecho en la arena: Se detuvo a mirarle San Agustín y le preguntó: “¿Qué haces aquí, muchacho?” Respondió el niño:

“Quiero trasladar toda el agua del mar a este agujero. San Agustín sacudió la cabeza con sorpresa y le dijo: “Pero muchacho, ¿no ves que esto es imposible?” Respondió el niño: “Antes sucederá que yo traslade toda el agua del mar a este agujero, que tú consigas penetrar con tu mente el misterio de la Santísima Trinidad.” Tan imposible es, pues, comprender la infinidad de Dios con nuestra limitada inteligencia, como encerrar el inmenso océano en un pequeño recipiente.

¿Te repele lo que no comprendes?

¿Aceptas los misterios?

Julián Escobar.


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